DOMINGO III DE PASCUA: UNA NUEVA PASCUA PARA LA VOCACIÓN CRISTIANA

[Hechos 5,27b-32. 40b-41; Apocalipsis 5,11-14; Juan 21,1-14] La vocación cristiana o se actualiza y se renueva constantemente a la luz de la Pascua, o se queda presa de la rutina, las falsas seguridades y la comodidad de una vida vana. ¿Cómo ayudar al Resucitado para que sea también nuestra la experiencia de aquel encuentro que cambia la vida y hace grande el corazón?

La llamada de Jesús se renueva y aviva desde la misión, la visión de fe y la pasión del amor en el corazón. Las lecturas bíblicas de este tercer domingo de Pascua, proponen a consideración de los discípulos del Señor palabras llenas de entusiasmo, que despiertan a la grandeza de la vida cristiana. Estamos hablando de la vivencia desbordada de los primeros cristianos ante la resurrección de Jesús, el Señor. El acontecimiento de la resurrección los marcó de tal manera que, no había ya lugar para otra cosa que no fuera la alegría, la libertad y el testimonio valiente en el nombre de Jesús. Para entrar en la fiesta de la belleza de la vida cristiana, nos ayudarán tres palabras que podrían ser el quicio de cada una de las lecturas bíblicas de este domingo: misión, visión y pasión.

1. La vida cristiana se renueva constantemente en la misión.
En la narración del libro de los Hechos de los Apóstoles se constata la fuerte oposición por parte del sumo sacerdote a las enseñanzas de los discípulos: “les habíamos prohibido enseñar en nombre de ese Jesús”. Su malestar nace de la rebeldía de los apóstoles: “ustedes han llenado a Jerusalén con sus enseñanzas”. Su predicación apela a la responsabilidad que las autoridades religiosas tienen con relación a la muerte de Jesús: “quieren hacernos responsables de la sangre de ese hombre”. Sin embargo, la sentencia del sumo sacerdote sobre los discípulos -desobediencia, rebeldía y evasión de la culpa-, no es suficiente para atemorizarlos. La determinación y la fuerza de su predicación tiene una fuente de profunda libertad: “primero hay que obedecer a Dios y luego a los hombres”.

La Iglesia nació misionera y renueva su vocación en la misión encomendada por el Señor Jesús. La proclamación del kerigma parte siempre de la experiencia del encuentro con el Resucitado. Los apóstoles y, con ellos, la Iglesia naciente, es testigo de una nueva libertad: la obediencia de la fe. ¡Quién dijo miedo! La cobardía se disipa en los corazones cuando se hace por Cristo y desde Cristo. Ya puede haber azotes, prohibiciones y amenazas, que nada ni nadie aprisiona la libertad para el anuncio de la resurrección. De hecho, la felicidad que embriaga a los discípulos es señal inequívoca de su complicidad con el Espíritu Santo, primer testigo de la resurrección.

2. Una visión de fe que aviva la certeza del señorío de Jesús.
En el libro del Apocalipsis se relata la visión que tuvo Juan, un discípulo del Señor Jesús. Extasiado en la contemplación, visualiza el cielo abierto y escucha el cántico potente de la victoria definitiva de Cristo sobre la muerte y el pecado, “Digno es el Cordero, que fue inmolado, de recibir el poder y la riqueza, la sabiduría y la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza”. Con la mirada atenta, vio “al que está sentado en el trono y al Cordero”. Con el oído abierto, escuchó el eco de mil voces “la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos”. Aquella apoteosis del cielo se resuelve en una profunda adoración. A la visión del triunfo de Jesús sobre la muerte y el pecado se sigue una fe que contempla al Resucitado en la propia vida, y que escucha en el corazón el canto de la vida nueva.

3. La pasión en el corazón de los discípulos del Resucitado.
Jesús se aparece otra vez a los discípulos, ahora junto al lago de Tiberíades, mientras pescaban. La primera llamada de los discípulos sigue en pie, pero ahora está recargada de muchas vivencias maravillosas y, algunas, desconcertantes. Sea como sea, la vocación ha dado ocasión a una profunda amistad con el Señor, y entre los mismos discípulos. En aquel diálogo entre los pescadores que estaban en la barca y el hombre anónimo que les hablaba desde la orilla del mar, tiene lugar una sorprendente conexión: “es el Señor”. La identidad del discípulo se esclarece cada mañana en el trato con el Resucitado, cuando escucha su voz y comparte con él el almuerzo. Nadie necesita preguntar quién es el que posibilita la pesca abundante y quién es el que invita a compartir el pan, pues saben que es el Señor.

La vocación cristiana se actualiza y se renueva constantemente a la luz de la Pascua, tal y como aconteció a los discípulos; tal y como aconteció a Pedro. La llamada, en algún punto de la historia personal compartida con el Señor, deja de lado los grandes idealismos, las expectativas personales y el afán de protagonismo, para dar lugar a lo que en verdad la define: el amor; “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Ahora bien, de nada sirven las respuestas pre-confeccionadas. Ese “discursito” fácil de “Señor, tú sabes que te quiero” pronto lo desmonta el Señor, y nos deja a la intemperie de una respuesta que en verdad nazca del corazón, “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero”. He aquí la pasión del discípulo misionero: seguir al Señor con todo el corazón, hasta dar la vida por los demás.

Fabián Martín Gómezagustino recoleto

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