DOMINGO VI DE PASCUA: EL AMOR NO VIENE DE FUERA

«¿Cuál es nuestra tarea, la tuya y la mía? Está todo por hacer, nadie puede hacerlo por nosotros. Hemos de cultivar nuestra interioridad, ayudados por el Espíritu, por la fuerza de Dios, a base de interiorizar la palabra de Jesús y sus acciones».

No sé si se puede afirmar que la escuela del amor es la propia vida. Desde que nacemos nos vemos obligados a relacionarnos con los demás y es ahí donde vamos aprendiendo a ser generosos, descubrimos la riqueza del encuentro, aceptamos el perdón, nos enriquecemos con las cualidades de los otros… ¿Cuándo acaba esa tarea?¿Quién considera que ha llegado a la meta del amor? ¿Quién se ha estudiado hasta el punto final de la “asignatura”?

Amar es guardar lo mejor del otro en el propio corazón, guardar la palabra del otro muy dentro de uno mismo. Dice San Agustín que los que se aman tienen un mismo corazón, con lo cual nada de lo que sienten sale fuera o es indiferente al otro porque está en su mismo corazón. Cuando se ama de verdad, la palabra dada tiene tanta importancia que no es necesaria ni siquiera una presencia física para darle valor.

El Espíritu será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho”. Entender a Jesús, su palabra y su mensaje no es cuestión de esfuerzo, ni de horas de reclinatorio, ni de confesionarios o de fervorines y novenarios. Para entenderlo hay que mirar en nuestro interior, ayudados por la fuerza de Dios, su espíritu. Somos nosotros los que hemos de descubrirlo y autoconvencernos. Mientras estaba con los discípulos, estaban apegados a su presencia, a sus palabras, a sus manifestaciones. Todo muy bonito, pero eran incapaces de descubrir la verdadera identidad de Jesús. Cuando desapareció, no tuvieron más remedio que buscar dentro de sí mismos y allí encontraron lo que no podían descubrir fuera.

El Espíritu no añadirá nada nuevo. Solo aclarará lo que Jesús enseñó, las lecciones de amor que fue dando de lunes a domingo. La única diferencia es que ya nada viene de fuera. El Espíritu les llevará a experimentar dentro de ellos la misma realidad que Jesús quería explicar y ya no necesitarán argumentos, sino que lo verán claramente.

Jesús deja la paz: “La paz os dejo, mi paz os doy”. La paz de la que habla Jesús tiene su origen en el interior de cada uno. Es la armonía total, no solo dentro de cada persona, sino con los demás y con la creación entera. Es el fruto primero de unas relaciones auténticas en todas direcciones, la consecuencia del amor de Dios descubierto, vivido e interiorizado. La paz no se puede buscar directamente, es fruto del amor. Solo el Amor descubierto, asimilado y manifestado, lleva a la verdadera paz. Es la paz de quien lucha por algo que es justo; de quien salta al vacío confiando mucho en los otros; la paz lúcida de quien adivina la esperanza más allá de las heridas; la luz por densa que parezca la oscuridad. Es una paz de comunión, de diálogo, de comprensión, de ayuda, de sensibilidad, de compromiso. Este es el verdadero signo de autenticidad de la presencia de Dios entre nosotros, la paz, la paz con mayúsculas.

¿Cuál es nuestra tarea, la tuya y la mía? Está todo por hacer, nadie puede hacerlo por nosotros. Hemos de cultivar nuestra interioridad, ayudados por el Espíritu, por la fuerza de Dios, a base de interiorizar la palabra de Jesús y sus acciones. Pero aquí la clave no está en comerse los libros o desgastarse las meninges sino en tener los ojos y el corazón bien abiertos para dejarnos enseñar, sin miedo a que lo nuevo nos remueva y nos descubra lo que jamás hubiéramos imaginado. Cuando te parezca que no sabes nada, será justamente cuando más hayas avanzado. La meta, como la del amor, está siempre lejana. Lo que no debemos perder jamás es el hambre de aprender y sobre todo evitar la tentación de dejarnos alimentar por doctrinas enlatadas que aumentan las cataratas en nuestros ojos y obstruyen las venas por las que ha de circular la savia nueva del Espíritu.