El inagotable lago de las excusas acoge, al menos una vez en la vida, en sus poco cristalinas aguas a todos o casi todos los seres humanos,. Sus tranquilas y apacibles aguas permiten navegar a indecisos, miedosos, hipócritas y más de un despistado. Dependiendo del grado de compromiso y la madurez del navegante estará en ellas más o menos tiempo. Y volverá o no…
En el evangelio asistimos a una curiosa escena: Dos discípulos se ofrecen a seguir a Jesús y otro es invitado directamente por él. Pero ninguno de los tres es capaz de afrontar el seguimiento con todas las consecuencias.
Las frases de Jesús en forma de sentencias propias de los libros sapienciales son contundentes. “No tener donde reclinar la cabeza” nos habla de libertad, de dejar a un lado las seguridades. Por otra parte, quizá pueda resultarnos llamativo el hecho de que Jesús no deje a ese discípulo ir a enterrar a su padre. Se nos está hablando de forma simbólica. El padre representaba la tradición. Aquellos que quieran seguir a Jesús deben estar dispuestos a la novedad y a la continua búsqueda. Lo mismo pasa con el tercer discípulo que no quiere salir del ámbito familiar. La familia era una estructura opaca, cerrada y, en ocasiones, fuente de injusticias y desigualdades. Por ello, suponía un obstáculo al mensaje del Reino.
Para nuestra vida son varias las conclusiones que podemos sacar de este evangelio. A Jesús no le valen las palabras huecas, el habitual “sí pero no”. No se pueden dejar a un lado las circunstancias particulares, pero el seguimiento se asienta en un sí decidido y honrado. Pero ojo, no es el sí de la continuidad, la mediocridad, los brazos caídos y el amuermamiento. No es el sí de la tradición, de lo ya sabido, de lo manoseado, de lo de siempre. No es el sí del papagayo, ni el del disco rayado, ni el de los lelos ni el de los borrachos. No es un sí que nos lleve a la tortícolis crónica por seguir pensando que cualquier tiempo pasado fue mejor. No es un sí en el que todo lo que suene a novedad, a cambio esté marcado por la sospecha. “Deja que los muertos entierren a sus muertos”. El mensaje de Jesús es novedad, es vida a borbotones. Decir que se quiere seguir a Jesús sin renunciar a las orejeras que mantienen nuestra mirada fija en la senda del cumplimiento impidiéndonos la visión del otro es un comportamiento hipócrita que nos mantiene erguidos en el extenso cementerio de los cumplidores flotando en el lago de las excusas.
Seguir a Jesús implica que solo miraremos para atrás para ver si otros siguen nuestro camino. Significa abrirnos de par en par a la novedad y a la libertad. La libertad de quien dice aquello que cree y piensa no aquello que le conviene porque no le trae problemas. En estos tiempos, a los cristianos se nos pide frescura, novedad y creatividad. Acomodarnos a las nuevas circunstancias. No desde el pataleo de quien vive instalado mirando siempre al retrovisor, porque teme mirar hacia delante, o viendo siempre la repetición de la jugada por miedo a que nos metan un gol, sino desde los ojos abiertos que contemplan con esperanza un tiempo nuevo en el que hay que continuar anunciando el mensaje del Reino.
Ojalá nuestro “sí” sea cada vez mas verdadero y consecuente, libre y comprometido. Dejemos a un lado las ñoñerías, los miedos y los fantasmas. El mensaje de Jesús supuso una novedad y una frescura que le impedía enlatarse. Seguir a Jesús supone anunciar a los cuatro vientos un mensaje de vida y esperanza; mostrar la cara amable y misericordiosa del Dios de la vida. Estar dispuestos a compartir nuestra alegría, a liberar del sufrimiento es lo mismo que decir a Jesús un sí desde lo más hondo de nuestro corazón. Lo demás son paseos en yates de placer por el lago de las excusas que, aunque tranquilicen la conciencia y, aparentemente, hagan más mullida nuestra vida, nos deshumanizan porque lleva consigo dejar de pilotar nuestra vida. De nosotros depende si queremos caminar por tierra firme y arriesgarnos o navegar por las plácidas aguas del “es que”.