DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO: Vida en las cunetas

«¿Por qué pasamos de puntillas sobre un problema que no admite rodeos? ¿Hay algo más santo, más prioritario que estar cerca de los que sufren, de los que huyen de una auténtica carnicería? ¿Hay mayor tesoro para la humanidad que las víctimas de la injustica? Ante estas dos preguntas no es difícil explicar qué es la misericordia. Ni más ni menos que ponerse manos a la obra».

Misericordia” es una palabra poco usada, alejada de las modas, y de las muletillas. Parece más cercana a lenguajes piadosos y rancios. Tiene cierto olor a catecismo. Pero en este caso las apariencias, como sucede casi siempre, nos llevan al error. Puede que no sea fácil de pronunciar pero esconde en su interior, tras sus letras, un auténtico tesoro, una clave de sentido irrenunciable para todo “ser humano cabal”, como le gusta decir al teólogo jesuita Jon Sobrino. Hablar de misericordia supone entrar en las profundidades de la teología cristiana. Poner el foco de atención en el tuétano del comportamiento de Jesús y en la concreción práctica de los dos mandamientos fundamentales: amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. La misericordia es una reacción ante el sufrimiento ajeno que hemos interiorizado y por el que nos sentimos obligados a actuar. No es una entre otras muchas realidades humanas, sino la que define en directo al ser humano. El ser humano es el que interioriza en sus entrañas el sufrimiento ajeno y lo convierte en principio interno, primero y último, de su actuación.

En el evangelio de hoy, Jesús se lo explica de manera sencilla a aquel maestro de la ley que le pregunta ¿ quién su prójimo? Jesús no le suelta un fervorín ni se va por las ramas. Le propone la parábola del buen samaritano. En ella. Jesús traza el perfil de lo que hemos de entender por ser humano: es aquel que vio a un herido en el camino, reaccionó y le ayudó todo lo que pudo. No nos dice qué fue lo que discurrió el samaritano ni con qué finalidad última actuó. Lo único que se nos dice es que lo hizo movido por la misericordia.

La parábola del buen samaritano forma parte del patrimonio literario y ético de la humanidad. El relato del buen samaritano no sólo nos dice lo que hay que hacer con respecto al prójimo, también nos indica cómo hay que hacerlo. La narración nos propone un itinerario pedagógico para aterrizar el concepto “misericordia en nuestro hoy concreto.

Ignacio Ellacuría decía que hay tres momentos en el conocimiento de la realidad: «se conoce la realidad cuando, además de hacerse cargo de la realidad y de cargar con la realidad uno se encarga de la realidad». Hacerse cargo de la realidad, cargar la realidad y encargarse de la realidad. Tres momentos perfectamente identificables en la parábola del buen samaritano y que ponen de relieve las notas fundamentales del servicio samaritano: inteligencia, compasión y compromiso.

La parábola no dice sólo que hay que echar aceite y vino en las heridas de los apaleados, enseña también que hay que saber mirar la realidad para que el sufrimiento nos mueva a compasión, que hay que compartir nuestras cabalgaduras para no caer en asistencialismos paternalistas, y que hay que crear posadas: estructuras “domésticas” solidarias con vocación de permanencia. Un itinerario que, de seguirlo, conduce a afirmar que otro mundo es posible desde las víctimas.

A partir de aquí una pregunta emerge: ¿Cómo evitar los rodeos y ser samaritanos en nuestro aquí y en nuestro ahora? Esa es la pregunta que cada cual debemos respondernos. Hay que tener en cuenta que los samaritanos eran extranjeros y considerados impuros. Con lo cual quien está socorriendo a la víctima es un pagano no un judío, y, además excluido, de la sociedad pues no estaba permitido ni siquiera tocarlos para no caer en impureza.

Cada camino tiene su orilla y nuestra obligación, ya no como más o menos creyentes, sino como seres humanos es impedir que las orillas estén llenas de “apaleados” por el sufrimiento y la injusticia sea cuál se la causa. El drama de los refugiados ocupa portadas y titulares. Parece que poco a poco nos vamos concienciando de que no es que sea un problema, es un drama. Miles y miles de personas caminan por las orillas de nuestro camino sin que les dejemos salir de la cuneta.

¿Por qué pasamos de puntillas sobre un problema que no admite rodeos? ¿Hay algo más santo, más prioritario que estar cerca de los que sufren, de los que huyen de una auténtica carnicería? ¿Hay mayor tesoro para la humanidad que las víctimas de la injustica? Ante estas dos preguntas no es difícil explicar qué es la misericordia. Ni más ni menos que ponerse manos a la obra. Dejarse de excusas y rodeos y tender la mano para que todos vuelvan al camino. El samaritano, dice el evangelio, curó al herido con vino y aceite; los símbolos bíblicos de la salud, la alegría y la fortaleza. No se trata de poner tiritas sino de curar y reintegrar definitivamente.

Puede que recorramos muy bien nuestro camino y hasta que seamos puntuales ¿y qué? Dios nos ha dado dos manos, dos pies, dos ojos y un corazón. Además de para alabarle a Él, éstos deben servirnos para acercaros a los demás y sobre todo, para no mirar hacia otro lado. Somos un ser para los demás, no dejemos que aumente la miopía de nuestro egoísmo y las cataratas de la hipocresía repugnante. A Dios por el prójimo, el de la cuneta.

¿Y TÚ QUE OPINAS?

agustinos