En el evangelio, Jesús, sin avisar, llega a casa de Marta y María. Ambas representan dos clases de seguidores: Marta se deshace en atenciones, está inquieta en las tareas de la casa, nerviosa para que todo esté a punto. Es lo que le correspondía a la mujer en aquella sociedad. Su cometido: cocer el pan, cocinar, servir al varón, limpiarle los pies, estar al servicio de todos. Sin embargo María, sin mover un dedo, está a los pies de Jesús, escuchando sus enseñanzas y aquí tenemos un elemento sorprendente o contradictorio, pues los maestros de Israel no aceptaban mujeres entre sus discípulos. Ante la queja de Marta, Jesús le habla con simpatía repitiendo cariñosamente su nombre. No duda del valor y la importancia de lo que está haciendo, pero no quiere ver a las mujeres absorbidas por las faenas de la casa: «Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas. Sólo una es necesaria»: escuchar la palabra de Dios, que es lo que ha decidido hacer María. Pero cuidado, no contrapone acción y contemplación. Solo afirma que una es mejor que otra.
Hay una continuidad con el evangelio del domingo pasado. Lucas toma ejemplos extremos: la semana pasada el samaritano frente al levita y el sacerdote; hoy la importancia de escuchar la palabra representada por una mujer a los pies de Jesús escuchando sus enseñanzas. Jesús le da un buen golpe a la injusticia del machismo, tanto al de las tareas de la casa como al del seguimiento. Todos debemos servir, en casa y en la Iglesia.
Tenemos que aprender a escuchar sin empeñarnos en atender a diez asuntos a la vez, sin acelerarnos, sin pretender llegar a todo, sino poniendo las cosas una detrás de otra y encontrando espacios de sosiego con más frecuencia, dejándonos mirar y acariciar por ese Alguien que no acosa, ni exige, ni reclama nada a pesar de que también tiene prisa por lograr que todos nos enteremos de que podemos llamarle Padre y Madre; la prisa de su pasión por que se cumpla su sueño que no es otro que el de un mundo de hijos y hermanos reconciliados; la prisa de contagiarnos la urgencia de que el pan y los bienes lleguen a todos, pues en eso consiste lo que Él llama “Reino”.
Ni raíz, ni tallo, ni fruto. Lo importante es esforzarnos a diario por ver lo positivo de las cosas y que lo verdaderamente importante está en tener los oídos del corazón abiertos a tantos que nos quieren y queremos, empezando por Dios, y que a veces la prisa nos impide demostrárselo, regalándoles aunque sólo sea un minuto. Dejemos, resonar la Palabra en sus mil formas y que la prisa de Dios sea nuestra verdadera prisa como cristianos.
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