«El mensaje de este domingo puede resumirse en dos verbos, utilizados por Pablo: buscar y despojarse. Si los pusiéramos en práctica, iríamos sin obstáculos hacia la verdadera luz, encontraríamos nuestro último sentido, la paz que tanto ansiamos y que nuestros múltiples deseos no permiten alcanzar».
Buda tenía muy claro que el continuo deseo es el culpable de que el hombre no pueda concentrarse y hallar la paz, la quietud, que permita el encuentro con uno mismo. A menudo nosotros condicionamos nuestro bienestar al hecho de tener más y más. Nuestro entorno está tan lleno de objetos, de preocupaciones, de inquietudes, de deseos, que es imposible que por nuestra ventana entre la luz, la claridad deslumbrante que es Dios mismo. Él cada amanecer viene a darnos los buenos días, en estos días espléndidos de verano con cielo azul, y también en los grises y fríos días del invierno. Pero nosotros no nos damos cuenta y no le saludamos o, si lo hacemos, no con la cordialidad y entrega que deberíamos, pues nuestra cabeza y nuestro corazón se encuentran también un poco nublados por nuestros quehaceres.
Fácilmente después de nuestro trabajo diario podríamos muchas veces asociarnos a las palabras de Qohelet: Vanidad de vanidades, todo es vanidad. Quienes tienen más edad, al mirar atrás lo que ha sido la vida desde el altozano de los años, encontraréis vanos y vacíos algunos de vuestros esfuerzos y podréis ver cómo Dios trazaba sendas paralelas a las vuestras aunque a vosotros os parecía al revés.
San Agustín pasó gran parte de su vida buscando la felicidad hasta que logró descansar en Dios y afirmó no creer poder encontrar cosa alguna que tanto desease como a Dios. Hay que aspirar a los bienes de arriba no a los del suelo, como nos dice San Pablo: de día dolores, penas y fatigas; de noche, no descansa el corazón.
En el evangelio de hoy nos topamos con un relato que por desgracia se encuentra a la orden del día. Cuantas familias se rompen a la hora de repartir las herencias. Jesús no media en el problema directamente, pero advierte: la vida no depende de los bienes. En la parábola del rico necio encontramos el ejemplo perfecto para lo que venimos diciendo, pues nuestro ataúd no va a tener bolsillos, ni armarios, ni cajas fuertes; nos iremos desnudos como vinimos. De nada sirve pues el atesorar sino que debemos compartir nuestros bienes, ser generosos, conformándonos con nuestra parte y siendo sensibles con las necesidades de aquellos que no tienen la misma suerte que nosotros.
El mensaje de este domingo puede resumirse en dos verbos, utilizados por Pablo: buscar y despojarse. Si los ponemos en práctica iríamos sin obstáculos hacia la verdadera luz, encontraríamos nuestro último sentido, la paz que tanto ansiamos y que nuestros múltiples deseos no permiten alcanzar. Revistámonos, de la novedad que es Cristo, dejémonos en el estante de los sueños las lámparas maravillosas de las que salen a borbotones todo tipo de cosas, y exclamemos con San Agustín: Señor, tú nos hiciste para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti.
¿Y TÚ QUE OPINAS?