DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO: He venido a prender fuego en el mundo

[Jeremías 38,4-6.8-10: Me engendraste hombre de pleitos para todo el país; Hebreos 12,1-4: Corramos la carrera que nos toca, sin retirarnos; Lucas 12,49-53: No he venid a traer paz, sino división] La Iglesia en la vigésima semana del tiempo ordinario propone un pasaje del Evangelio que para muchos de nosotros puede resultar un poco desconcertante.

Efectivamente, Jesús se pasa la vida sanando, amando, perdonando y haciendo el bien; no obstante, afirma que no vino a traer paz sino división, división dentro de la misma familia. Posteriormente, habla de un bautismo que debe recibir. Pero ¿ qué bautismo es? Porque no hay otro que el de Juan Bautista y este bautismo, ¡él ya lo ha recibido! Entonces, ¿de qué está hablando? Y luego también habla de traer fuego a la tierra; el fuego es el símbolo de lo que se quema, el fuego es el que purifica. Pero ¿de qué fuego está hablando? Para los apóstoles no es fácil de entender, y no lo entenderán, tendrán que esperar a Pentecostés para entenderlo todo.

Así que retomemos las palabras de Jesús:

“He venido a prender fuego en el mundo” (Lc 12, 49). ¿Qué fuego es este? es el Espíritu Santo. El Espíritu Santo que es verdad y que llama a la santidad. En este sentido el Espíritu Santo es ese fuego que devora todo corazón, porque nos revela nuestro pecado y al mismo tiempo nos revela la palabra de Dios, el amor de Dios. El Espíritu Santo que, en el día de Pentecostés, se manifestará sobre los apóstoles como lenguas de fuego. Será un fuego que encenderá el mundo por el testimonio de los apóstoles que llenos del Espíritu Santo salen y hablan.

Por otro lado, Jesús dijo a sus discípulos: “¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división” (Lc 12, 52). Evidentemente, el príncipe de la paz no aboga por la guerra. Él es amor y este bautismo de fuego del que habla también puede referirse a su Pasión, su sacrificio de amor en la cruz por la salvación de la humanidad. Pero, precisamente el amor no deja indiferente a nadie, o lo aceptamos o lo rechazamos; y Dios nos deja esta plena libertad para aceptarlo o rechazarlo.

Esta libertad no plantearía mayor problema en las relaciones humanas, si las personas fueran lo bastante sabias para respetar también la libertad de los demás, y en particular de los que le son cercanos; pero generalmente falta esta sabiduría, y el ser humano, al amparo del respeto, la religión, el derecho, las tradiciones y demás, va a la guerra y comienza a torturar a las mismas personas que debería amar.

Jesús no se hace ilusiones cuando se trata de esta debilidad humana y, si lo dice, es para advertir a estos discípulos que también ellos deben estar preparados para ser objeto de incomprensión por parte de los demás, tomar conciencia de su misma persecución… porque la fraternidad universal no se ha realizado del todo y, mientras cada persona lleve dentro de sí la debilidad del “pecado original”, ¡así será!

Más aún, Jesucristo es consciente de que muchos se negarán a creer en su sacrificio, y que incluso muchos de los que se negarán a creer perseguirán a los creyentes. ¡Y toda la historia de los cristianos, desde el principio hasta ahora, lo demuestra! ¡Y aún hoy los hay!

Asimismo, ser cristiano no es tener una vida libre de sufrimiento, es tener una vida donde se ame a Dios y a los demás más que a uno mismo. Ser cristiano es vivir el desafío del amor en el corazón de nuestro mundo. Hemos sido bautizados. Por el sacramento del bautismo, por la muerte y resurrección de Jesús, nos hemos convertido en hijos del Padre. Pero ¿vivimos con el poder del Espíritu Santo, que quiere hacer la verdad en nuestro corazón para quemar allí todo lo que es contrario al amor de Dios? ¿Realmente dejamos que el Espíritu Santo haga su obra en nosotros y alrededor de nosotros?

¿Y TÚ QUE OPINAS?

agustinos