“La humildad es la virtud que regula la tendencia del hombre a exaltarse por encima de su propia realidad. Consiste ante todo en reconocer a Dios como Dios y Señor; y al hombre como criatura y siervo”, según santo Tomás de Aquino.
A medida que la persona va conociéndose a sí misma, va descubriendo el gozo de ser y no tanto el gozo de tener.
Decía San Bernardo que a medida que el hombre se va conociendo más y va conociendo a Dios, se va mirando a sí mismo con más humildad y va descubriendo la grandeza de Dios.
Entrar por la puerta estrecha es ver la vida de una manera nueva, tal como la vio Jesús, desde el servicio y la entrega y no tanto, como muchas veces la ha visto la Iglesia, como signo de grandeza y poder. El papa Francisco nos está mostrando una cara nueva de la Iglesia que apenas conocíamos, más allá de los santos: La de arrodillarse, aun siendo ya un hombre mayor y con dificultades de movilidad, y la de pedir perdón desde el dolor. Su viaje a Canadá ha sido una lección de cómo la iglesia ha de aprender a entrar por la puerta estrecha. Con humildad y de rodillas. Esa es la verdadera puerta santa.
Decía santa Teresa que la humildad es andar en la verdad. Y, sin duda, que la verdad es hija de la humildad y es la que sabe entrar por la puerta estrecha, la puerta del servicio y la generosidad, del sacrificio por los otros y de la empatía existencial. Nada tan hermoso como lo que nos ha dicho el papa Francisco: que henos de aprender a llorar con los que lloran porque muchas veces no tenemos las palabras adecuadas para consolar. La puerta estrecha es la que nos lleva hacia el hermano y sus necesidades. Por eso es la puerta auténticamente santa.
Entrar por la puerta estrecha y animar a otros a entrar es una aventura apasionante que nos conduce directamente a las praderas verdes del evangelio donde Jesús nos recibe y nos dice: “No temas, pequeño rebaño, porque Dios quiere regalarte su reino”.
Que el Señor nos ayude a conocernos interiormente, para que podamos proceder en nuestra vida con una verdadera humildad que nos conduzca a la puerta estrecha y santa del Reino.
Hugo Badilla, agustino recoleto
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