DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO: Revivir el don de la fe

[Habacuc 1,2-3; 2,3-4: El justo vivirá por su fe; 2 Timoteo 1,6-8.13-14: No tengas miedo de dar la cara por nuestro Señor; Lucas 17, 5-10: “¡Si tuvierais fe como un granito de mostaza…!”.] La fe solo cabe en un corazón humilde, que sabe que es un don y lo agradece. La fe en un corazón humilde no lleva a discriminar y a condenar a nadie, sino a mirar con ojos de misericordia a todos y en cualquier circunstancia.

La liturgia de la Palabra de hoy nos invita a reflexionar sobre el don de la fe. La fe no es una conquista de nuestros méritos. Es un don de Dios que nosotros solo tenemos que alimentar y cuidar. Un don que hemos recibido a través de nuestros padres, de la iglesia, de la comunidad cristiana y que ahora nosotros tenemos que alimentar y transmitir a nuestros hijos.

¿Para qué sirve la fe? En el mundo que vivimos ¿la fe puede solucionarnos problemas reales o por el contrario nos crea problemas añadidos? ¿Tenemos alguna ventaja por ser creyentes? Probablemente no.

La fe no podemos verla con ánimo utilitarista porque nos ayuda a conseguir cosas, a tener privilegios o a disfrutar de oportunidades que otros no tienen. La fe es una actitud ante la vida que solo sirve para fiarse de Dios, para sentirnos ligados a ese misterio de la vida que es la transcendencia, el más allá, y a programar nuestra vida desde unos valores que nos ayudan a vivir coherentemente con esa fe que hemos abrazado. Es un modo de vida que puede ayudarnos a alcanzar la felicidad y la serenidad que todos buscamos.

Optar por la fe es querer llenar de sentido todos los recovecos de la vida e intentar respondernos a las grandes preguntas que el hombre se ha hecho siempre y sigue haciéndose hoy: ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Qué sentido tienen nuestros días y nuestros pasos por esta tierra? ¿Cómo se explica este mundo maravilloso que disfrutamos, y el universo que nos rodea y el don de la vida que nosotros no podemos crear?

En el tiempo que nos ha tocado vivir, rodeados de seguridades, tenemos el peligro de aparcar a Dios y de marginar la fe porque no nos soluciona problemas materiales concretos. Pero cuando tengamos solucionados los problemas materiales vendrán necesariamente esos otros problemas de índole interior, de búsqueda de sentido, de vacío existencial, de enfermedad o de muerte de nuestros seres queridos y no habrá ciencia ni dinero que pueda iluminarnos y ayudarnos a entender y vivir con serenidad estas realidades tan humanas que a todos nos llegan alguna vez.

Pidamos al Señor hoy, como los discípulos: Señor auméntanos la fe. Porque si perdemos la fe ya no podemos perder nada más valioso. La fe nos abre las puertas del sentido y de la esperanza, y sin esperanza nuestra vida es una apuesta exclusivamente temporal y materialista que nos dejará insatisfechos en el atardecer de la vida.

agustinos