SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS: Hacer presente el Espíritu con comprensión y audacia

«Quizá haya que empezar por entendernos y comprendernos en las alegrías, las ilusiones, las dudas, los miedos, los sueños, las decepciones… El Espíritu se hace presente cuando entre dos personas hay un puente y se construye el nudo de la fraternidad y así sucesivamente hasta que logremos caminar unidos en nuestra diversidad».

¿Qué hacer con las palomas? Ese es uno de los quebraderos de cabeza de muchos ayuntamientos y particulares. No es fácil controlar la superpoblación de estos animales aparentemente inofensivos. Sin embargo, la paloma es el símbolo de la paz y la concordia; también es la encargada de llevar mensajes importantes y, junto con el fuego, el símbolo del Espíritu.

Aprovechando el contexto en el día de hoy nos podemos preguntar si también hay superpoblación de Espíritu en nosotros, en nuestro entorno o en nuestra Iglesia. Dos variables nos ayudan a medir el grado de su presencia: la comprensión y la audacia. Por la primera, habrá que ver si somos capaces de acoger, aceptar, escuchar, acompañar, animar, consolar… no solo a quien es de los nuestros sino a todos, sean de donde sean y piensen como piensen. En cuanto a la audacia, tenemos que tener en cuenta si luchamos por cumplir nuestros sueños, enterramos nuestros complejos y desterramos nuestros miedos; habrá que analizar cómo es nuestro seguimiento, cómo llevamos la rutina, qué acciones emprendemos para lograr la fraternidad en nuestro entorno, cómo construimos el Reino con fidelidad creativa….

En este día de Pentecostés, de la venida del Espíritu Santo, deberíamos sentirnos agraciados por vivir el presente y afrontar el futuro cargados de energía. Hacemos memoria de ese continuo soplo ininterrumpido desde hace más de dos mil años. Puede que hayamos emprendido una etapa dentro del seguimiento en la que nos empeñamos en hacerlo todo nosotros sin dar oportunidades al Espíritu, al aliento de Dios. Hoy es un buen día para tomar conciencia de esa presencia. Cuando dejamos que entre, que habite en nosotros, no nos anula, ni toma el volante de nuestras vidas, sino que nos ayuda a encontrar la vida más plena, más profunda, más apasionante

En el evangelio Jesús exhala el Espíritu sobre los discípulos al igual que hizo el Creador con el primer ser humano. Con este gesto comienza la nueva creación, los discípulos pasan a ser hombres nuevos e, inmediatamente, salen a dar testimonio de la resurrección. Al igual que la semana pasada, contemplación y misión son un binomio inseparable, no podemos olvidarlo. Pentecostés es el fundamento de la Iglesia naciente. Para las primeras comunidades el vínculo de unión era la fe en Jesús que seguía presente en ellos por el Espíritu. El Espíritu no entiende de diferenciación pero sí de diversidad. La Iglesia nos une a todos por medio del bautismo aunque cada uno desde nuestra condición particular realicemos distintas funciones, distintos servicios a la comunidad. El Espíritu no adocena ni enjaula sino que es fuente de vida, de libertad y de amor a Dios y al prójimo como imagen suya

Pentecostés es la apertura al Espíritu de Dios para que sepamos anunciar todo lo bueno que Dios ha puesto en nuestro camino. Dios es nuestra felicidad y eso sólo podemos constatarlo gracias a nuestra experiencia de Él, eso no está en las doctrinas ni en los libros. Dejarnos llevar por el Espíritu es ser muy libres y muy creyentes. Si dejamos que nos toque, nos ayuda a sumergirnos en nuestro día a día con el corazón dispuesto para asomarnos a la verdad profunda, como nos enseñó Agustín de Hipona, de que en lo profundo de nosotros no solo late un corazón, sino también habita un Dios que nos inspira una forma de comportamiento capaz de hacer de este mundo un lugar fascinante.

Para ello, quizá haya que empezar por entendernos y comprendernos en las alegrías, las ilusiones, las dudas, los miedos, los sueños, las decepciones… El Espíritu se hace presente cuando entre dos personas hay un puente y se construye el nudo de la fraternidad y así sucesivamente hasta que logremos caminar unidos en nuestra diversidad.

Hoy, último día de la Pascua, Jesús entrega su Espíritu, nos hace hijos de Dios y nos capacita para ser continuadores de su obra. Que no nos quedemos en el discurso fácil sino que estemos dispuestos al encuentro y al diálogo. El Espíritu ha de inundarnos para que podamos demostrar aquello que creemos: que Dios merece la pena, que tenemos la suerte de vivir en mundo diverso, que la comprensión es el camino que le hace presente de verdad en el prójimo. Si no sabemos qué hacer con las palomas, al menos no sintamos que no sabemos qué hacer con el Espíritu.

agustinos