[Génesis 14,18-20: Melquisedec ofreció pan y vino; 1 Corintios 11,23-26: Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor; Lucas 9,11b-17: Comieron todos y se saciaron] “He aquí el pan de los ángeles / hecho viático nuestro; / verdadero pan de los hijos, / no lo echemos a los perros… / Buen Pastor, Pan verdadero… / haznos allí tus comensales, / coherederos y compañeros / de los santos ciudadanos. / Amén.
Hoy festejamos la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Hoy festejamos a un Dios que se hace alimento por amor a cada uno de nosotros. Me gustaría que comenzaras deteniéndote un poco para pensar: ¡Dios creó al hombre necesitado de alimento! Y es verdad, pudo haber hecho que los hombres consiguieran los nutrientes necesarios para vivir de otra forma, como del sol, o del aire. Pero no, Dios quiso que nos alimentáramos de comida.
Y no solo quiso que nos alimentáramos de comida, sino que, a lo largo de la Escritura, Dios alimenta al pueblo siempre que lo necesita, le da el maná, o la comida que necesita para caminar en el desierto. Dios llega a tal grado que envía a su Hijo al mundo, para que se entregue, y permanezca en nuestras vidas siendo alimento.
Jesucristo –cómo dice la segunda lectura– en la noche en que iba a ser entregado tomo el pan, dio gracias, lo partió y lo entregó; del mismo modo tomo el cáliz y lo compartió. De este modo cada vez que comulgamos, proclamamos que Dios se entregó por nosotros y que permanece entre nosotros.
Por ello no me extraña la petición del Señor en el Evangelio, diciendo: “Dadles vosotros de comer”, porque el Señor quiere que les demos todo lo que tenemos, para tomarlo y repartirlo al mundo.
Este domingo el Señor nos pide compartir nuestra vida, los dones que tenemos, con nuestros hermanos y nos invita a no tener miedo, a entregarnos por completo por nuestros hermanos, así como Él se entregó por completo por nosotros.
Que en esta fiesta del Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor nos volvamos más conscientes de la importancia de este Alimento en nuestras vidas.